sábado, 21 de octubre de 2017

Federico Luppi (1936 – 2017)





Tenía la habilidad Federico Luppi de actuar sin que pareciera que actuara, rasgo distintivo de los que son muy grandes ¿verdad Darín?. El caso es que te lo creías igual en un registro u otro llegando a confundirse sus propios personajes con la figura pública, un tipo al que podías estar horas y horas escuchando, no sólo por su dicción argentina hipnótica, sino porque emanaba humanidad, bondad, lealtad y experiencia vital y sentías que escuchándolo podías aprender muchísimas cosas. Recuerdo no hace demasiado tiempo una entrevista en un suplemento dominical que releí varias veces y que me dejó un par de días sopesando cosas que decía.

A la hora de su muerte, con 81 años, víctima de un hematoma que se complicó tras una caída, han salpicado su memoria algunos twits de gente que estuvo a su lado que por una u otra razón han puesto en duda esa humanidad que transmitía en la cercanía y el cara a cara de las entrevistas. Si así era, que contrastándolo intuyo que muchos alabarían sus luces y unos pocos criticarían sus sombras, también lo era en sus papeles, unos íntegros y otros verdaderos hijosdeputa, muchos con contrastes, a menudo seres imperfectos y con lecciones por aprender, vamos como lo somos todos. Lo bueno de Luppi es que mostrando una cara o la otra, te llegaba, empatizabas con él, entendías a su personaje y te conquistaba.

En mi bagaje como espectador de sus películas siempre he tenido la sensación de que fue de menos a más, como en la propia vida, aprendiendo de los errores anteriores, tratando de mejorar, de enriquecerse y de alcanzar cotas más altas de sí mismo. Aunque realmente no fue del todo así porque tuvo una magnífica etapa en Argentina en los 80’s y otras maravillosa en España entre los 90’s y los 00’s. Particularmente siempre lo recordaré por títulos como “Lugares comunes” (Adolfo Aristarain, 2002), “Martín (Hache)” (Adolfo Aristarain, 1997), “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto” (Agustín Díaz-Yanes, 1995), “Un lugar en el mundo” (Adolfo Aristarain, 1992), “No habrá más penas ni olvido” (Héctor Olivera, 1983), “El arreglo” (Fernando Ayala, 1983), “Últimos días de la víctima” (Adolfo Aristarain, 1982) o “Tiempo de revancha” (Adolfo Aristarain, 1981).



FILMOGRAFÍA ESENCIAL

El romance del Aniceto y la Francisca (leonardo favio, 1966)
La patagonia rebelde (Héctor Olivera, 1974)
Tiempo de revancha (1981)
Plata dulce (Fernando Ayala, Juan José Jusid, 1982)
Últimos días de la víctima (Adolfo Aristarain, 1982)
No habrá más penas ni olvido (Héctor Olivera, 1983)
El arreglo (Fernando Ayala, 1983)
Un lugar en el mundo (1992)
Cronos (Guillermo del Toro, 1993)
Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (Agustín Díaz-Yanes, 1995)
Caballos salvajes (Marcelo Pyñeiro, 1995)
Sol de otoño (Eduardo Mignona, 1996)
Martín (Hache) (Adolfo Aristarain, 1997)
Hombres armados (John Sayles, 1997)
Las huellas borradas (Enrique Gabriel, 1999)
El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, 2001)
Los pasos perdidos (Manane Rodríguez, 2001)
Lugares comunes (Adolfo Aristarain, 2002)
El último tren (Diego Arsuaga, 2002)
El viento (Eduardo Mignona, 2005)
El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006)
Cuestión de principios (Rodrigo Grande, 2009)
Sin retorno (Miguel Cohan, 2010)