Países: Francia, Alemania, Italia
Guión: Roberto Rossellini, Carlo Lizzani, Max Coplet
Fotografía: Robert Juillard
Escenografía: Piero Filippone
Vestuario: Piero Tosi
Música: Renzo Rossellini
Montaje: Eraldo Da Roma
Producción: Salvo D'Angelo, Roberto Rossellini
Duración: 75’
Reparto: Edmund Moeschke (Edmund Koeler), Ingetraud Hinze (Eva Koeler), Franz-Otto Krüger (Karl-Heinz Koeler), Ernst Pittschau (Father Koeleri), Profesor Erich Gühne (Herr Enning)
Género: drama, neorrealismo
Por fin he visto “Alemania, año cero”, un clásico del neorrealismo italiano que siempre se cita junto a “Roma, ciudad abierta” (1945) y “Camarada” (1946) en los manuales porque forman una personal trilogía de postguerra, son la cumbre del cine del director Roberto Rossellini y porque explican la mísera situación de postguerra en la que quedaron los derrotados tras la Segunda guerra mundial.
Da que pensar que haya tardado tanto tiempo en verla y da que pensar que este tipo de películas queden olvidadas en cineclubs, canales temáticos y manuales de historia del cine. Supongo que así ha pasado siempre, nos atrae más todo aquello que pretende divertirnos mucho más que aquello que pretende aleccionarnos. A parte del intenso drama que relata esta película su valor como documento histórico, su explícita intención didáctica y su factura (próxima a los albores del cine por los reducidos recursos con los que se rodó) la convierten en un título nada apropiado para horarios de máxima audiencia y hablemos claro, si no nos programan una película de este tipo en la televisión el mero hecho de rastrearla en el baúl de los recuerdos es algo que casi nadie hacemos de motu propio. Tiene que gustarte mucho el cine para conseguirla y verla.
En cambio qué importantes son este tipo de películas. Nos refrescan la memoria de los errores históricos para no volverlos a cometer y nos alertan de las consecuencias de los conflictos bélicos. Sabiendo que las imágenes que se ven del Berlín de 1947 son reales, que no hay decorados (sólo lo son los interiores), se te encoge el ánimo. La ciudad era una ruina inmensa, un completo desastre y no cuesta advertir las tremendas dificultades que habrían de pasar los supervivientes, obligados a malvivir con las cartillas de racionamiento o a lanzarse a la picaresca de los bajos fondos del mercado negro y el estraperlo.
Si cabe esta película impresiona mucho más en los tiempos que corren, con la crisis económica como una espada de Damocles sobre nuestras cabezas, pero analizando a fondo la situación uno se da cuenta que incluso ahora es difícil que todos los miembros de una familia se encuentren en la más absoluta miseria. Por suerte, la familia como célula social, nos permite escapar de algún modo a la indigencia (no a todos lamentablemente), pero la historia que nos cuenta “Alemania año cero” deja claro que por aquel entonces, en la Europa masacrada por la segunda guerra mundial, sí había familias en las que todos sus miembros vivían en la desgracia.
La película se centra en Edmund Koeler, un chaval que vive en el Berlín de postguerra, gestionado por los norteamericanos, que aún no ha cumplido los trece años y que cada día sale a la calle haciéndose pasar por un chico de más de quince para que le dejen trabajar cavando fosas o quitando escombros y conseguir así algo de comida para su familia, que vive en la cocina de un piso compartido en un edificio destartalado con el padre enfermo y postrado en cama, el hijo mayor oculto por su pasado como soldado nazi y la hija mayor prostituyéndose por las noches.
A pesar de que la película es del año 1948 debido a las ideas estilísticas del neorrealismo, Rossellini la filmó con luz natural, prácticamente sin iluminación, sin equipos de rodaje excesivamente avanzados y centrándose en personajes zarandeados por la misería, así que la película tiene un aspecto que la hace parecer más antigua, que en cierto modo la aproxima al expresionismo por los contrastes que se crean entre luces y sombras. No obstante, a pesar del estilo sobrio y directo, desprovisto de preciosismos, la cámara sí se mueve de forma elegante siguiendo a los personajes por ambientes y localizaciones y huyendo del tono teatral en el que podía haber caído la historia con el objetivo de mostrar el terrorífico escenario real en el que suceden los hechos.
Escenario y argumento están impregnados de desesperanza y acongoja ver al pequeño Edmund cabizbajo, paseando por las calles de la ciudad, buscándose la vida, en cambio parece latir una leve esperanza en todo momento, al menos hasta el tramo final y por ello todo acontecimiento dramático de los que ocurren resultan más demoledores.
Es la intención de Rossellini, concienciar y la deja clara desde el mismo comienzo con ese párrafo leído en off que abre la película: “Cuando las ideologías se alejan de las leyes eternas de la moral y de la piedad cristiana, que son la base de la vida de los hombres, terminan convirtiéndose en una locura criminal. Incluso la bondad de la infancia resulta contaminada y arrastrada por un horrendo delito hacia otro no menos grave, en el cual, con la ingenuidad de la inconsciencia, cree encontrar una liberación del alma”. No hay posibilidad de duda, la película habla claro y deja clara su moraleja. Preocupante es que moraleja y documento queden en las estanterías del olvido porque creo que merecerían verse en las clases de historia.
La sensación final que te queda es similar a otros clásicos del neorrealismo como la ya citada “Roma, ciudad abierta” o “El ladrón de bicicletas”, la de un fuerte impacto y es que aunque no siempre la crudeza es explícita (sólo se sospecha por ejemplo tras las caricias del pervertido maestro que se ofrece a ayudar a Edmund) todo lo que vemos nos hace comprender que la desesperanza invada al protagonista y el exceso de responsabilidad le haga sucumbir, a él y de algún modo a toda una nación abatida por el engaño y la guerra.
Rossellini lo explica a través de su narrador: “No se trata de una acusación contra el pueblo germano, ni tampoco de una defensa, más bien es una constatación de los hechos”
MIS ESCENAS FAVORITAS.
-Edmund caminando cabizbajo por las calles del Berlín devastado. Hay varias, pero alguna de ellas es icónica y muestra sin palabras, sólo con imágenes la crudeza de una situación que nunca se debería haber producido.
- El momento en que el padre enfermo intenta que su hijo recluido en casa reaccione para ayudar a su hermano: “Todo me ha sido arrebatado. Mi dinero por la inflación y mis hijos por Hitler. Debería haberme rebelado pero era demasiado débil. Como tantos otros de mi generación. Hemos presenciado cómo se acercaba la desgracia y no la hemos detenido y ahora sufrimos las consecuencias. Hoy estamos pagando por nuestros errores. Todos. Yo igual que tú. Debemos ser conscientes de nuestra culpa. Porque con lamentos no se soluciona nada. Tengo los días contados pero tú aún eres joven. Todavía puedes hacer muchas cosas buenas. Demuestra que eres un hombre (…) No te rindas más. Termina con esta vida de animal acosado. Debes volver a vivir entre las gentes, tienes que volver al mundo. No es una vergüenza fabricar tu propio destino. Yo también fui soldado en la 1ª Guerra Mundial (...) Parecía que ninguna fuerza del mundo pudiera detenernos. Pero de repente todo cambió. Primero la derrota y luego la Revolución. Incluso lloré cuando me arrancaron los galones. No se me puede acusar de no haber sido un buen alemán. A pesar de ello, durante estos años tan difíciles...ahora puedo confesarlo; no he esperado otra cosa que la caída del tercer Reich y su destrucción. No quiero ni pensar cuál hubiera sido la suerte del mundo si las cosas hubiesen sido de otro modo.”
Da que pensar que haya tardado tanto tiempo en verla y da que pensar que este tipo de películas queden olvidadas en cineclubs, canales temáticos y manuales de historia del cine. Supongo que así ha pasado siempre, nos atrae más todo aquello que pretende divertirnos mucho más que aquello que pretende aleccionarnos. A parte del intenso drama que relata esta película su valor como documento histórico, su explícita intención didáctica y su factura (próxima a los albores del cine por los reducidos recursos con los que se rodó) la convierten en un título nada apropiado para horarios de máxima audiencia y hablemos claro, si no nos programan una película de este tipo en la televisión el mero hecho de rastrearla en el baúl de los recuerdos es algo que casi nadie hacemos de motu propio. Tiene que gustarte mucho el cine para conseguirla y verla.
En cambio qué importantes son este tipo de películas. Nos refrescan la memoria de los errores históricos para no volverlos a cometer y nos alertan de las consecuencias de los conflictos bélicos. Sabiendo que las imágenes que se ven del Berlín de 1947 son reales, que no hay decorados (sólo lo son los interiores), se te encoge el ánimo. La ciudad era una ruina inmensa, un completo desastre y no cuesta advertir las tremendas dificultades que habrían de pasar los supervivientes, obligados a malvivir con las cartillas de racionamiento o a lanzarse a la picaresca de los bajos fondos del mercado negro y el estraperlo.
Si cabe esta película impresiona mucho más en los tiempos que corren, con la crisis económica como una espada de Damocles sobre nuestras cabezas, pero analizando a fondo la situación uno se da cuenta que incluso ahora es difícil que todos los miembros de una familia se encuentren en la más absoluta miseria. Por suerte, la familia como célula social, nos permite escapar de algún modo a la indigencia (no a todos lamentablemente), pero la historia que nos cuenta “Alemania año cero” deja claro que por aquel entonces, en la Europa masacrada por la segunda guerra mundial, sí había familias en las que todos sus miembros vivían en la desgracia.
La película se centra en Edmund Koeler, un chaval que vive en el Berlín de postguerra, gestionado por los norteamericanos, que aún no ha cumplido los trece años y que cada día sale a la calle haciéndose pasar por un chico de más de quince para que le dejen trabajar cavando fosas o quitando escombros y conseguir así algo de comida para su familia, que vive en la cocina de un piso compartido en un edificio destartalado con el padre enfermo y postrado en cama, el hijo mayor oculto por su pasado como soldado nazi y la hija mayor prostituyéndose por las noches.
A pesar de que la película es del año 1948 debido a las ideas estilísticas del neorrealismo, Rossellini la filmó con luz natural, prácticamente sin iluminación, sin equipos de rodaje excesivamente avanzados y centrándose en personajes zarandeados por la misería, así que la película tiene un aspecto que la hace parecer más antigua, que en cierto modo la aproxima al expresionismo por los contrastes que se crean entre luces y sombras. No obstante, a pesar del estilo sobrio y directo, desprovisto de preciosismos, la cámara sí se mueve de forma elegante siguiendo a los personajes por ambientes y localizaciones y huyendo del tono teatral en el que podía haber caído la historia con el objetivo de mostrar el terrorífico escenario real en el que suceden los hechos.
Escenario y argumento están impregnados de desesperanza y acongoja ver al pequeño Edmund cabizbajo, paseando por las calles de la ciudad, buscándose la vida, en cambio parece latir una leve esperanza en todo momento, al menos hasta el tramo final y por ello todo acontecimiento dramático de los que ocurren resultan más demoledores.
Es la intención de Rossellini, concienciar y la deja clara desde el mismo comienzo con ese párrafo leído en off que abre la película: “Cuando las ideologías se alejan de las leyes eternas de la moral y de la piedad cristiana, que son la base de la vida de los hombres, terminan convirtiéndose en una locura criminal. Incluso la bondad de la infancia resulta contaminada y arrastrada por un horrendo delito hacia otro no menos grave, en el cual, con la ingenuidad de la inconsciencia, cree encontrar una liberación del alma”. No hay posibilidad de duda, la película habla claro y deja clara su moraleja. Preocupante es que moraleja y documento queden en las estanterías del olvido porque creo que merecerían verse en las clases de historia.
La sensación final que te queda es similar a otros clásicos del neorrealismo como la ya citada “Roma, ciudad abierta” o “El ladrón de bicicletas”, la de un fuerte impacto y es que aunque no siempre la crudeza es explícita (sólo se sospecha por ejemplo tras las caricias del pervertido maestro que se ofrece a ayudar a Edmund) todo lo que vemos nos hace comprender que la desesperanza invada al protagonista y el exceso de responsabilidad le haga sucumbir, a él y de algún modo a toda una nación abatida por el engaño y la guerra.
Rossellini lo explica a través de su narrador: “No se trata de una acusación contra el pueblo germano, ni tampoco de una defensa, más bien es una constatación de los hechos”
MIS ESCENAS FAVORITAS.
-Edmund caminando cabizbajo por las calles del Berlín devastado. Hay varias, pero alguna de ellas es icónica y muestra sin palabras, sólo con imágenes la crudeza de una situación que nunca se debería haber producido.
- El momento en que el padre enfermo intenta que su hijo recluido en casa reaccione para ayudar a su hermano: “Todo me ha sido arrebatado. Mi dinero por la inflación y mis hijos por Hitler. Debería haberme rebelado pero era demasiado débil. Como tantos otros de mi generación. Hemos presenciado cómo se acercaba la desgracia y no la hemos detenido y ahora sufrimos las consecuencias. Hoy estamos pagando por nuestros errores. Todos. Yo igual que tú. Debemos ser conscientes de nuestra culpa. Porque con lamentos no se soluciona nada. Tengo los días contados pero tú aún eres joven. Todavía puedes hacer muchas cosas buenas. Demuestra que eres un hombre (…) No te rindas más. Termina con esta vida de animal acosado. Debes volver a vivir entre las gentes, tienes que volver al mundo. No es una vergüenza fabricar tu propio destino. Yo también fui soldado en la 1ª Guerra Mundial (...) Parecía que ninguna fuerza del mundo pudiera detenernos. Pero de repente todo cambió. Primero la derrota y luego la Revolución. Incluso lloré cuando me arrancaron los galones. No se me puede acusar de no haber sido un buen alemán. A pesar de ello, durante estos años tan difíciles...ahora puedo confesarlo; no he esperado otra cosa que la caída del tercer Reich y su destrucción. No quiero ni pensar cuál hubiera sido la suerte del mundo si las cosas hubiesen sido de otro modo.”