País: Estados Unidos
Duración: 97 minutos
Guión: Salka Viertel, S.N. Behrman, H.M. Harwood
Música: Herbert Stothart
Fotografía: William Daniels (B&W)
Género: melodrama, histórica, biopic
Reparto: Greta Garbo (reina Cristina), John Gilbert (Antonio), Ian Keith (Magnus), Lewis Stone (Oxenstierna), Elizabeth Young (Ebba), C. Aubrey Smith (Aage), Akim Tamiroff, Reginald Owen (Charles)
Producción: Metro Goldwyn Meyer
Rodada en 1933 está considerada por la crítica como la película que consagró para la posteridad a Greta Garbo (con permiso de “Ninotchka”), que pasó a ser denominada “la divina”. La razón para ello es que la actriz finge en gran parte de la película ser un muchacho, adopta andares y poses de hombre con cierta rudeza (equívoco impactante para la época y que se aprovecha argumentalmente en varios momentos), pero finalmente cambia el registro y se muestra femenina y delicada. Como el propio argumento de la película su actuación evoluciona para acomodarse primero a las responsabilidades políticas de su cargo y después a un melodrama intenso, pero siempre desde la contención expresiva. En ese sentido su rostro juega un papel muy importante y el director aprovecha los primeros planos para realzar la actuación de un actriz en auténtico estado de gracia, capaz de transmitir muchísimas cosas simplemente con miradas y leves gestos en todo momento con gran elegancia y mesura.
El asunto de la película es relativamente sencillo. Esta adaptación libre inspirada en la vida de la reina Cristina de Suecia no se preocupa de los recovecos políticos ni de la corte sueca y tampoco es un biopic que desglose la vida del personaje. Al contrario, se centra únicamente en un periodo concreto y aunque presenta la situación sociopolítica del momento porque es importante en el argumento, el meollo de la película es el melodrama, la relación entre Cristina y Antonio, Conde de Pimentel.
Dado que estamos ante un melodrama, la importancia del personaje de Greta Garbo es crucial y sobre él pivota la película entera lo que le permite a ella brillar con luz propia, apoderarse de todo el interés del espectador. Su presencia en pantalla es luminosa y absorbente, en cierto modo hipnótica y de ahí que esta película la consagrara por encima de cualquier otra. Tampoco hay que olvidar la presencia de John Gilbert (Antonio), con el que se produce una química muy especial, no en vano era amante de Greta Garbo por aquel entonces y había sustituido a Lawrence Olivier en el papel por deseo expreso de la actriz.
El argumento y el desarrollo, ya digo sencillos, se centran en Suecia en el siglo XVI y en concreto en la figura de la reina Cristina que hereda el trono de su padre el rey Gustavo cuando este perece en Lutzen, en la guerra de los Treinta Años. Por entonces Suecia, protestante, está inmersa en enfrentamientos religiosos y Cristina, ya mayor de edad, recibe al embajador español Don Antonio, Conde de Pimentel, que llega a la corte sueca para proponer a la reina el enlace con Felipe IV, aunque el resultado del encuentro es otro bien distinto.
Es curioso, pese a ser una de las películas emblemáticas de Greta Garbo y haber soportado admirablemente el paso del tiempo esta película, a pesar también de su éxito (triplicando su presupuesto con ganancias), no obtuvo el reconocimiento que sí tuvieron otras coetáneas como “Sucedió una noche”, “La alegre divorciada” o “Imitación a la vida”. En cualquier caso su visión es aún deliciosa y la fuerza de sus imágenes, a menudo primeros planos de los actores, hace que no pase el tiempo por ella. Entre las escenas destacadas hay varias que permanecen en el recuerdo de los cinéfilos, como aquella en la que sin mediar palabra la reina recorre una alcoba tocando los objetos para que perduren en su memoria o ese final intenso y brillante con Greta Garbo apoyada en la proa del barco que es auténtica historia del cine.
En suma una película que si no es grandiosa, eso queda ya a gusto de cada cual, sí es mítica y un clásico indiscutible.
El asunto de la película es relativamente sencillo. Esta adaptación libre inspirada en la vida de la reina Cristina de Suecia no se preocupa de los recovecos políticos ni de la corte sueca y tampoco es un biopic que desglose la vida del personaje. Al contrario, se centra únicamente en un periodo concreto y aunque presenta la situación sociopolítica del momento porque es importante en el argumento, el meollo de la película es el melodrama, la relación entre Cristina y Antonio, Conde de Pimentel.
Dado que estamos ante un melodrama, la importancia del personaje de Greta Garbo es crucial y sobre él pivota la película entera lo que le permite a ella brillar con luz propia, apoderarse de todo el interés del espectador. Su presencia en pantalla es luminosa y absorbente, en cierto modo hipnótica y de ahí que esta película la consagrara por encima de cualquier otra. Tampoco hay que olvidar la presencia de John Gilbert (Antonio), con el que se produce una química muy especial, no en vano era amante de Greta Garbo por aquel entonces y había sustituido a Lawrence Olivier en el papel por deseo expreso de la actriz.
El argumento y el desarrollo, ya digo sencillos, se centran en Suecia en el siglo XVI y en concreto en la figura de la reina Cristina que hereda el trono de su padre el rey Gustavo cuando este perece en Lutzen, en la guerra de los Treinta Años. Por entonces Suecia, protestante, está inmersa en enfrentamientos religiosos y Cristina, ya mayor de edad, recibe al embajador español Don Antonio, Conde de Pimentel, que llega a la corte sueca para proponer a la reina el enlace con Felipe IV, aunque el resultado del encuentro es otro bien distinto.
Es curioso, pese a ser una de las películas emblemáticas de Greta Garbo y haber soportado admirablemente el paso del tiempo esta película, a pesar también de su éxito (triplicando su presupuesto con ganancias), no obtuvo el reconocimiento que sí tuvieron otras coetáneas como “Sucedió una noche”, “La alegre divorciada” o “Imitación a la vida”. En cualquier caso su visión es aún deliciosa y la fuerza de sus imágenes, a menudo primeros planos de los actores, hace que no pase el tiempo por ella. Entre las escenas destacadas hay varias que permanecen en el recuerdo de los cinéfilos, como aquella en la que sin mediar palabra la reina recorre una alcoba tocando los objetos para que perduren en su memoria o ese final intenso y brillante con Greta Garbo apoyada en la proa del barco que es auténtica historia del cine.
En suma una película que si no es grandiosa, eso queda ya a gusto de cada cual, sí es mítica y un clásico indiscutible.