lunes, 17 de marzo de 2014

“Dallas buyer’s club” (Jean-Marc Vallée, 2013)

Duro drama personal basado en una historia real que con tono indie, trasfondo social y denuncia sanitaria impacta pero no termina de cuajar en el ánimo del espectador porque aunque Matthew McConaughey y Jared Leto están literalmente (y nunca mejor dicho) “de óscar” es mejor lo que rumias después que lo que vas viendo, quizás porque sólo al final los personajes ganan tu estima.

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Película: Dallas Buyers Club.
País: EEUU.
Duración: 117 min.
Género: Biopic, drama.
Reparto: Matthew McConaughey (Ron Woodroof), Jared Leto (Rayon), Jennifer Garner (Eve), Denis O’Hare (Dr. Sevard), Steve Zahn (Tucker), Dallas Roberts (David), Kevin Rankin (T.J.).
Guión: Craig Borten y Melisa Wallack.
Producción: Robbie Brenner y Rachel Winter.
Fotografía: Yves Bélanger.
Montaje: Martin Pensa y Jean-Marc Vallée.
Diseño de producción: John Paino.
Vestuario: Kurt & Bart.
Distribuidora: Vértigo Films.
Estreno en USA: 1 Noviembre 2013.
Estreno en España: 14 Marzo 2014.
Calificación por edades: No recomendada para menores de 12 años.

No recomendaría esta película a todo el mundo porque no a todos os gustará. Todos los años hay en los óscars algún título semejante de corte independiente y comprometido con dramas realistas como en su día lo fueron “Bestias del sur salvaje”, “Winter’s bone”, “Precious”, “El luchador”, “Frozen river”..por ahí van los tiros.





Haciendo un símil gastronómico yo diría que esta película se paladea peor que se digiere. Es decir, el visionado es duro, no desagradable, pero sí un jarro de fría y cruda realidad, una realidad difícil, la de una personaje que para nada cae bien al principio, cuya vida está marcada por el alcohol, el sexo, las drogas, las apuestas arriesgadas y compañías tan poco recomendables como él mismo y que termina saliendo de esa espiral “hacia abajo” para meterse en otra, la de la enfermedad, el sida y los negocios, que curiosamente en lugar de tumbarle le catapultan “hacia arriba”.

En ese proceso hay una transformación en el personaje, un cambio que hace que pasemos de no tener ningún apego por él a sentir una cierta admiración por ese empeño irreductible, esas ganas contagiosas y rotundas de vivir y no dejarse vencer.

Más que su interpretación, que es magnífica, más que esos kilos de menos que casi asustan porque se ha quedao en el chasis (véase “Magic Mike” para comparar), más que cualquier pose, expresión o recurso interpretativo es precisamente ese cambio el que engrandece a Matthew McConaughey y le ha proporcionado su muy merecido óscar. Y digo muy merecido porque Di Caprio lo va mereciendo ya porque colecciona un sinfín de grandes actuaciones pero este año el mejor sin duda ha sido McConaughey interpretando a ese Ron Woodroof que, no lo olvidemos, está basado en una persona real.


Woodroof debía ser de cuidao, seguramente incluso peor de cómo lo pintan en la peli, pero el caso es que se enfrentó a su destino y a los médicos cuando le diagnosticaron SIDA investigando sobre su enfermedad y descubriendo las mafias sanitarias de los fármacos y los chanchullos económicos que se ocultan tras la bienintencionada sanidad y se montó un chiringuito clandestino para tratarse sin probatinas, de la mejor forma posible, consumiendo el producto más adecuado, eludiendo ser una mera cobaya humana y cogiendo literalmente al “toro por las riendas” (véase el paralelismo que hacen en la película) para alargar su vida al máximo y ayudar a los demás (entre ellos ese conmovedor Rayon que también borda Jared Leto, otro óscar merecidísimo).

Éste es uno de esos biopics de corte dramático que tanto gustan en Hollywood, pero no es el típico biopic tostón, impide que lo sea la determinación del personaje y una filmación atípica, más cercana al cine independiente que al cine de los grandes estudios. También su indisimulado de denuncia contra las grandes corporaciones farmacéuticas, un ejemplo más de la corrupción de este mundo que nos ha tocado vivir en el que dominan los intereses de algunos sobre el confort de muchos.

El director es el canadiense Jean-Marc Vallée, filma con cámara en mano, tendiendo a los primeros planos, con un tono de fotografía cuasi documental con una luz a veces de un blanco aséptico que recarga el tono amargo del argumento. Para endulzar todo lo que sucede está el protagonista....puede con todo, no se rinde nunca, hace lo que haga falta, no tiene nada que perder y eso le otorga a la película esperanza, fuerza interior e interés para nosotros como espectadores.

Ya digo, verla seguramente no es la experiencia más agradable, en algún momento puede incomodar o pesarte como una losa, pero tiene tomate, argumental e interpretativo y cuando la rumias te das cuenta que ha merecido la pena verla.