lunes, 24 de agosto de 2015

“El hombre tranquilo” (John Ford, 1952)


Obra Maestra indiscutible del cine que bajo su aparente sencillez desarrolla una de las historias románticas más sutilmente apasionadas, al tiempo que te introduce en la Irlanda rural de comienzos del siglo XX a través de una entretenida trama con forma de comedia costumbrista.

OBRA MAESTRA
Título original: The Quiet Man
País: Estados Unidos
Duración: 129 min.
Género: Drama, Romance, Comedia
Reparto: John Wayne, Maureen O'Hara, Barry Fitzgerald, Ward Bond, Victor McLaglen, Mildred Natwick, Francis Ford, Eileen Crowe, May Craig, Arthur Shields, Charles B. Fitzsimons, James O'Hara, Sean McClory, Jack MacGowran, Joseph O'Dea, Eric Gorman, Kevin Lawless, Paddy O'Donnell
Distribuidora: Republic Pictures
Productora: Argosy Pictures, Republic Pictures
Director de fotografía: Winton C. Hoch
Guión: Frank Nugent
Guionista: John Ford
Montador: Jack Murray
Producción: Gordon B. Forbes, John Ford, Lewis T. Rosso, Merian C. Cooper


No es fácil recomendar hoy películas de John Ford porque el suyo es cine que apreciarán mejor quienes tengan muchos títulos clásico a sus espaldas, pero si hay una película agradable para irse familiarizando con él es ésta y probablemente con el recuerdo y sucesivos visionados irá ganando posiciones con el tiempo para cualquiera que la vea.




 

Cada cierto tiempo conviene recuperar películas como “El hombre tranquilo”, sobretodo si amas el cine y no sólo como un mero pasatiempo. No se hacen ya películas así y lo que representan pertenece a otra sensibilidad, a otro mundo, a una realidad muy distinta a la que vivimos. Hoy, más que nunca, su esencia casi poética, su sereno desarrollo y su narración sencilla pero repleta de matices, les rechina irremediablemente a las nuevas generaciones de espectadores porque nada tienen que ver la puesta en escena y el tempo fílmico con el que rodaba John Ford con el que se estila ahora, no ya en película norteamericanas, sino en cualquier película o expresión audiovisual. En realidad viendo a Ford y cualquiera de sus títulos uno siente que viaja al pasado, lo cual no tiene por qué ser malo, yo diría que en su caso, al revés.

La película rememora la Irlanda rural de comienzos del siglo pasado y una sociedad en la que el hombre impone sus normas en su casa (¿machista? Quizás algo, habría mucho que discutir, yo lo que no detecto es misoginia alguna como algunos han dicho), en la que a la mujer con iniciativa propia y fuerte carácter no la quiere nadie como esposa (es lo que le ocurre a la protagonista), en la que la Iglesia (las dos iglesias, cristiana y protestante) condiciona muchas de las costumbres y en la que es honorable beber cerveza negra sin parar, respetar un minucioso decoro en los cortejos entre hombres y mujeres y resolver los pleitos a mamporro limpio.

Nadie como John Ford para transportarnos literalmente a ese mundo (aunque lo hiciera más de veinte años después de los hechos que relata) y hacerlo con un halo poético o cómico según le interesa, en todo momento desde un punto de vista “amable”, respetando mucho a cada uno de sus personajes y logrando con la interacción de todos ellos que el público disfrute, sonría y pase un rato agradable.

 


Volví a disfrutar la película como ya lo hice mucho tiempo atrás, sacándole el jugo más si cabe a escenas y personajes. La primera vez que la ves siempre te deja la sensación de que “no es para tanto”, como “Centauros del desierto”, “La diligencia”, “Fort Apache” y tantas otras. Has oído y/o leído tanto sobre Ford y sobre ella que no la valoras en su justa medida, sobretodo porque el argumento no puede ser más simple: un irlandés (sean Thornton) regresa a su pueblo Innisfree para rehacer su vida después de haber vivido unos años en Estados Unidos y corteja a su vecina la pelirroja y con malas pulgas (Mary Kate Danaher) con la oposición de su hermano. Poco más enjudia tiene, es un argumento de lo más sencillo, y en cambio, John Ford, lo convierte en una delicia .

El guión de Frank S. Nugent a partir de un cuento publicado el 11 de febrero de 1933 en The Saturday Evening Post es, junto a la maestría de Ford para sacarle partido a sus repartos corales y al buen hacer de todo los actores, la clave para que esta comedia costumbrista soporte tan bien el paso del tiempo. Puedes ser ajeno al mundo en el que te introduce el argumento, pero enseguida comprendes sus claves, sus resortes y cómo funciona y una vez “dentro” es muy difícil no quedar atrapado por sus personajes y por la trama.

A veces la sencillez esconde los matices más exquisitos. Es complicadísimo hacer una comedia costumbrista con tantos mimbres y tan bien hilados, son muchos personajes los que desfilan (todos maravillosos por cierto) y todos aportan en el desarrollo de un modo u otro, dejando caer información de la idiosincrasia de Innisfree o haciendo avanzar el argumento, hay una evidente exposición de roles masculinos y femeninos y de costumbres que chocan y hacer saltar las chispas de la comedia o el romance, hay un puñado de escenas bellísimas no sólo de ambientes naturales sino también de interiores en los que se cuecen relaciones humanas intensas....Es muy complicado hacer una película como ésta y hacerla funcionar tan bien atrapando en ella al espectador y no solo hay comedia de costumbres, también hay un drama de fondo que constriñe al protagonista y provoca un desenlace que, en cambio, es hilarante y divertido y también disfrutamos de una arcadia utópica de la que uno jamás querría marcharse.



Seguramente “El hombre tranquilo” es además uno de los títulos más asequibles para todos los públicos de John Ford, lejos de los universos casi exclusivamente masculinos de sus westerns y bélicas (otra cosa discutible si se analizan en profundidad). El asunto central de la película, a parte del regreso a sus orígenes del protagonista, es una historia cargada de romanticismo, sutil casi siempre pero también explícito en varias escenas que han pasado a la historia del cine como el primer beso en la casa en medio del vendaval o aquel otro bajo la tormenta. Es difícil encontrar películas con un romanticismo tan sutil (véase la escena en la que Maureen O’Hara invita a John Wayne a entrar en la casa diciéndole algo al oído...sabemos qué le dice, no hace falta más información) y a la vez tan hermoso e intenso (las miradas y encuentros tienen una química irresistible).

En 1952, año en el que ganó el óscar a mejor película “El mayor espectáculo del mundo”, John Ford consiguió la estatuilla a mejor director por esta película  (el cuarto que conseguía), que además atesoró seis nominaciones más incluyendo mejor película, actor de reparto (Víctor McLaglen), Guión, Fotografía en color (ganó el óscar), Dirección artística en color y sonido. Ya digo, al margen de premios y demás, una auténtica delicia.