sábado, 23 de abril de 2016

“Mi vida es mi vida” (Bob Rafelson, 1970)

Interesante drama costumbrista en torno a un trabajador de un a refinería petrolífera cuya vida va dando tumbos, que encierra una reflexión vital muy de los años setenta en Norteamérica.

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Título original: Five Easy Pieces
País: Estados Unidos
Duración: 98 min.
Género: Drama
Calificación: No recomendada para menores de 13 años
Reparto: Jack Nicholson (Robert Eroica Dupea), Karen Black (Rayette Dipesto), Billy Green Bush (Elton), Fannie Flagg (Stoney), Sally Struthers (Betty), Marlena MacGuire (Twinky), Lois Smith (Partita Dupea), Helena Kallianiotes, Toni Basil, Lorna Thayer, Susan Anspach (Catherine Van Oost), Ralph Waite, William Challee, John P. Ryan, Irene Dailey
Guión: Carole Eastman
Distribuidora: Columbia Pictures
Productora: Columbia Pictures Corporation, Raybert Productions, BBS Productions
Fotografía: László Kovács
Historia original: Bob Rafelson, Carole Eastman
Montaje: Christopher Holmes, Gerald Shepard
Producción: Bob Rafelson, Richard Wechsler




Vista hoy y descontextualizada la película pierde un poco. Está bien interpretada, tiene buena factura, buena fotografía, utiliza la música clásica para realzar unas pocas escenas y en el resto se opta por subrayar la monotonía en la vida de los personajes, resulta un drama algo desangelado y anárquico en resumen, pero eso le viene bien al trasfondo, el de un protagonista (Jack Nicholson) que padece un irremediable hastío vital. Ese es su tema principal, el de alguien que renuncia a una vida acomodada, pero aburrida y termina dando tumbos buscando su camino con otra vida alternativa sin apenas alicientes.

Si contextualizamos, la película gana peso. Tras una época en la que el cine Estadounidense y los grandes estudios habían optado por argumentos idealistas, grandes producciones, comedias y musicales; de pronto, quizás por influencia de la nouvelle vague francesa, surge otro cine, un grupo de productores y directores que buscan el realismo y exploran sentimientos de rebeldía y decepción (de esa nueva sensibilidad surgirían titulos como “Taxi driver” o “Cowboy de medianoche”, todos ellos marcados por un intenso poso agrio y melancólico). De pronto el “sueño americano” que había vendido la generación anterior se volatiliza y los personajes de muchos dramas se ven abocados al desengaño y a la necesidad de poner los pies en el suelo y afrontar una realidad que no tiene por qué ser un camino de rosas ni tener un horizonte prometedor. Es un cine comprometido con el momento y que a veces adopta un tono sentimental muy melancólico.




El director Bob Rafelson, que había producido “Easy rider” (hoy película de culto para toda una generación rebelde y en la que también aparecía Jack Nicholson) filmó una historia en la que puso mucho de ese desengaño generacional y contó como protagonista por primera vez con el actor, que se despachó con una interpretación magnética, que te hace empatizar con el personaje aún cuando se muestra más caprichoso y sin rumbo (genial esa escena en la que yendo a trabajar en mitad de un atasco se sube de pronto en un camión que lleva un piano y termina circulando en otra dirección) y que le supuso una nominación al óscar. La película cosechó importante éxito de crítica y público y fue también nominada a mejor película, actriz secundaria (Karen Black borda a esa Rayette guapa-tonta con la que Robert no logra ser plenamente feliz) y guión

Inicialmente estamos ante un drama costumbrista con una apariencia bastante trivial, pero conforme avanza vamos conociendo más datos del protagonista y de pronto descubrimos que no es lo que creíamos que era porque el pasado irrumpe con fuerza y modifica el sentido de todo. Realmente Robert es un individuo sin norte, que va dando bandazos, que no logra fijar un rumbo ni tampoco encuentra ayuda en los demás porque es incapaz de dar antes para que le den (la pareja de su hermano se lo dice en un momento determinado “Esperas algo de los demás que tú no das”).


Hay una lectura existencial muy clara en la película, pero en ningún momento se pone pedante ni trascendente ni cae en la autocompasión. Al contrario, se juega mucho en el guión con un humor sutil que rebaja el drama y aparece en momentos determinados, como con las dos autoestopistas que recogen en la carretera y cuya posición “antitodo” se ridiculiza de manera indisimulada. Esto facilita que aflore alguna escena de un contagioso sarcasmo como aquella en la que Robert se enfrenta a una camarera de bar de carretera que no le quiere servir lo que quiere porque no se ajusta al menú.

El final, muy gráfico y explicado con una simple toma, si se piensa en las consecuencias para los personajes es desolador y conmovedor, muestra un cierto escepticismo y potencia esa sensación de angustia vital que preside todo el argumento. Al final, la realidad no es como nos la habían pintado y sólo queda el recurso de la huida (a Alaska como las autoestopistas) o el asumirlo y conformarse (como desea Ray, cuya forma de ser no le permite ver mucho más allá), un sentimiento muy ligado a los años setenta en Norteamérica, muy de su tiempo.