OBRA MAESTRA
Título original: “I, Claudius”
Duración: 13 episodios, 650 minutos
País: Gran Bretaña
Director: Herbert Wise
Guión: Jack Pullman, Robert Graves (Novela: Robert Graves)
Música: Harry Rabinowitz
Reparto: Derek Jacobi (Claudio), Ashley Knight (Claudio niño), Sian Phillips (Livia), Brian Blessed (Octavio Augusto), John Hurt (Calígula), George Baker (Tiberio), Patrick Stewart (Sejano), James Faulkner (Herodes Agripa), Ian Ogilvy (Druso), Frances White (Julia), John Paul (Agripa), John Rhys-Davies (Macro), Freda Dowie (Cesonia), Fiona Walker (Agripina la Mayor), Sheila White (Mesalina), Bernard Hepton (Palas), Margaret Tyzack (Antonia), David Robb (Germánico), Patricia Quinn (Livila), Robert Morgan (Calígula de Niño), Christopher Biggins (Nerón), John Castle (Póstumo), Kevin McNally (Cástor), Christopher Guard (Marcelo), John Cater (Narciso), Beth Morris (Drusila), Barbara Young (Agripina la Menor), Simon MacCorkindale (Lucio), Sheila Ruskin (Vipsania), Jo Rowbottom (Calpurnia), Denis Carey (Tito Livio)
Productora: BBC / London Film Productions
Género: drama, histórico
Parece mentira, pero pese a todo lo que siempre había oído y leído sobre esta serie no la había visto hasta ahora, lo cual demuestra como el tiempo de ocio nunca es suficiente para disfrutar de todo lo que merece la pena ver (no digamos ya leer, que se necesitarían varias vidas, lo propongo desde ya).
El caso es que los lectores del periódico La Vanguardia la eligieron en 1999 como mejor serie del siglo XX, figura en varias publicaciones especializadas como una de las mejores miniseries de todos los tiempos, en la encuesta que hicimos hace algún tiempo en Vianews quedó entre los cinco mejores dramas (http://www.via-news.es/index.php/series/206-ranking-definitivo-de-series-de-tv), en su día ganó tres Emmys, cuatro premios BAFTA y cosechó numerosos premios tanto para la producción en sí como para el fabuloso elenco de actores que intervinieron en ella.
La serie la produjo la BBC en 1976 para celebrar su cuarenta aniversario y es una adaptación en formato televisivo guionizada por Jack Pullman de las dos novelas sobre el Imperio Romano, best sellers mundiales, que escribió el británico Robert Graves en 1934 tituladas “Yo, Claudio” (I Claudius) y “Claudio, el dios, y su esposa Mesalina”.
En España fue estrenada en 1978 logrando un tremendo impacto popular en un momento en que las producciones de la BBC tenían amplía y gran acogida en Televisión Española.
Consta de trece episodios que tratan sobre la vida política en Roma centrándose en la dinastía Julio-Claudia y concretamente en el periodo entre el mandato de Octavio Augusto y la llegada al poder de Nerón, repasando la época de los emperadores Augusto, Tiberio, Calígula y Claudio. Aunque es historia novelada e introduce aspectos ficticios los sucesos narrados, los acontecimientos que se nos cuentan son reales, de ahí que la serie tenga un especial interés histórico. Esencialmente Graves inventó la narración de Claudio, a través de cuyos ojos e impresiones conocemos los hechos, pero sea como fuere todo lo que se nos cuenta destripa las corruptelas del poder y puede considerarse una versión de los hechos altamente probable. Es decir, no hay constancia de que muchos de los acontecimientos que se cuentan ocurrieran así, pero responden muy bien a lo que pudo ocurrir en realidad, parecen verosímiles.
Creo que es muy interesante ver la serie por lo ya comentado y puede complementarse con el visionado previo de otra serie magnífica como es “Roma” que se centra con una intención similar aunque un estilo completamente diferente los años previos a lo que se narra en “Yo Claudio” logrando de ese modo una visión de conjunto de toda una época.
En cualquier caso hay que advertir que “Yo, Claudio” es tan brillante como exigente y no por sus complejidades argumentales, que también las tiene, sino porque es una serie que pertenece en cierto modo a otro tiempo, a otra sensibilidad, a un mundo y una sensibilidad artística completamente distinta y me explico. Hoy en día estamos acostumbrados a un ritmo audiovisual muy vivo, se nos ha acostumbrado a un elevado número de planos por minuto, a series en las que siempre ocurre algo relevante y significativo en pantalla y si no se pasa a otra escena, a ritmos narrativos muy vivos. Las nuevas generaciones demandan episodios de unos cuarenta minutos en los que no hay un momento de respiro, apenas hay silencios, miradas o gestos sin palabras, pero “Yo, Claudio” ofrece algo completamente distinto. Hay que asumir para verla que el tratamiento es más literario, esencialmente teatral, siempre rodada en interiores (una seña de identidad que le funcionó muy bien a la BBC durante bastantes años y que no es una pega, la ambientación es magnífica y uno parece viajar en el tiempo); la palabra, el diálogo y las actuaciones de los intérpretes son lo verdaderamente importante y cada escena se toma su tiempo y saca todo el jugo posible de lo que pretende dar a entender, es decir, se trata de lo que hoy en día se consideraría una serie “lenta”, lo cual en este caso y a mi parecer no es una pega, sino todo lo contrario y hay que saber apreciar también lo que nos ofrece.
El personaje principal es Claudio, el nieto de Marco Antonio (imponente Derek Jacobi que se hizo mundialmente famoso gracias a esta serie y firmó el papel de su vida) que nos narra desde su vejez la verdadera historia de su época para que no se pierda en el olvido. Debido a su poliomelitis, tartamudez, sordera y a los tics que le afectan están considerado un inepto por su familia, pero en realidad es un espíritu inquieto, un historiador concienzudo y una persona mesurada que gracias a su inteligencia logra sobrevivir a todas las corruptelas (muchas) del Imperio mientras mueren los que le rodean.
La serie hace un despliegue impresionante de personajes y resulta apasionante gracias a las “serpientes” que se ocultan tras las apariencias y que manejan los destinos de Roma como Livia (monumental Sian Phillips, una de las malas más malas que se han visto nunca), Sejano (jovencísimo Patrick Stewart, el actor insignia de las nuevas generaciones de Star Trek), Calígula (escalofriante John Hurt), Mesalina (turbadora y terrible Sheila White) o el propio Nerón. Sin duda la exposición de las intrigas, la forma en que Claudio nos va desgranando el rosario de ambiciones, traiciones y “puñaladas” es magnífica y poca veces se ha logrado exponer con tanta clarividencia un microcosmos tan tupido y enrevesado como el de la Roma imperial.
Tienen mucha culpa de la serie, a parte del fabuloso guión, claro, los actores, casi todos con una sólida formación shakespereana y habituales en el teatro inglés que por sí sólos atrapan la atención y provocan el máximo interés en la serie. Derek Jacobi en su papel de Claudio ejemplifica la nobleza y la inteligencia y empatiza de inmediato con el espectador, que sufre con él el cúmulo de injusticias que padece en silencio para sobrevivir y por ejemplo Brian Blessed está “enorme” como Octavio Augusto, tanto que su muerte provoca un auténtico “vacío” en la serie que tarde en “llenarse” gracias a una interpretación tan soberbia que parece irradiar luz propia. No obstante no son los personajes positivos el plato fuerte de la función y menos tratándose de una tragedia clásica en la que el veneno y la sangre están a la orden del día. El desglose de actores magníficos en el bando de los “malos” es sencillamente espectacular y cuesta elegir a los más destacados, pero quiero recalcar la brillantez de John Hurt como Calígula y de Sian Phillips como Livia porque resultan ciertamente estremecedores.
En definitiva, una serie que hoy en día cuesta un poquito cogerle el punto porque hay que desligarse en cierto modo del tipo de visionado al que estamos acostumbrados, pero que posee un encanto propio, un estilo distintivo y que termina enganchando por completo una vez asimilada su forma de expresión. Desde luego es una de las mejores series de televisión y merece mucho la pena. No os la perdais.