lunes, 26 de abril de 2010

“Despedidas” (Yôjirô Takita, 2008)

***
País: Japón.
Duración: 131 min.
Género: Drama.
Interpretación: Masahiro Motoki (Daigo Kobayashi), Ryoko Hirosue (Mika Kobayashi), Tsutomu Yamazaki (Shouei Sasaki), Tetta Sugimoto, Kimiko Yo (Yuriko), Takashi Sasano (Shokichi), Kazuko Yoshiyuki (Tsuyako).
Guión: Kundo Koyama.
Producción: Toshiaki Nakazawa y Toshihisa Watai.
Música: Joe Hisaishi.
Fotografía: Takeshi Hamada.
Montaje: Akimasa Kawashima.
Diseño de producción: Fumio Ogawa.
Estreno en Japón: 13 Septiembre 2008.
Estreno en España: 3 Julio 2009.



Allá por febrero de 2009 resultó una sorpresa que el óscar a mejor película de habla no inglesa se lo llevara esta película japonesa cuando estaban en liza la israelí “Vals con Bashir” y la francesa “La clase” (también estaban nominadas “Revanche” y “RAF Facción del ejército rojo), claras favoritas y altamente recomendables, pero una vez vista no extraña tanto y no precisamente por su argumento sino por su tono amable y emotivo. No es la primera vez que esto ocurre, en este premio suele vencer alguna película de estas características y buenos ejemplos de ello son “Tsotsi”, “Mar adentro”, “Mediterráneo” o “Viaje a la esperanza”.

“Despedidas” trata de un violonchelista que por azares de la vida termina convirtiéndose en amortajador, es decir, una historia que, en principio no puede ser menos sugerente para ir al cine, pero es que estamos ante una película en la que importa más el sentimiento, la placidez narrativa y un cierto tono reflexivo y contemplativo. Es un ejemplo de un tipo de cine que se estila poco, que queda arrinconado en territorio independiente o en cinematografías de países en los que no existen una industria de cine comercial.

Está claro que las películas y sus argumentos gustan o llegan más o menos en cuestión de gustos y sensibilidades y no todo el mundo disfruta igual un mismo argumento. “Despedidas” debería llevar el cartel de “no apta para quienes van al cine a evadirse” pues de hecho lo que hace es lo contrario, recordarte la fugacidad de la vida y desarrollar una historia sencilla, realista y cotidiana. En esa intención es una película plácida, pausada, que se toma su tiempo (particularmente y aunque la aprecie pienso que le sobra al menos media hora de metraje), que desarrolla un argumento en el que lo que importa no es tanto lo que sucede como lo que hay detrás de ello y que logra un equilibrio muy interesante entre la comedia costumbrista y el drama sin caer nunca de lleno en el segundo, lo cual es de agradecer para los que no nos gustan los extremos.

Quiero aclarar que aunque la película sea lenta no significa que el ritmo narrativo o fílmico sea aburrido. Pienso que esta película y aquellas cuya clave argumental son problemas cotidianos, basados en vivencias sólo se convierten en realmente aburridas si existe una excesiva pausa en las imágenes y el asunto que tratan dejan de interesar. El director, Yôjirô Takita, creo que evita que eso pase esencialmente porque se detiene en sus imágenes el tiempo justo y porque consigue interesar a través de sus actores, de sus gestos, de los pequeños detalles. Lo explico con un ejemplo: en principio el hecho de amortajar a un muerto o de tocar el violonchelo a priori pueden resultar en pantalla aburridísimos de ver pero en esta película, gracias a lo ceremonial, a la banda sonora, a un montaje con un ritmo visual adecuado y a la acertada combinación de humor y dramatismo resultan interesantes. Además hay detrás de todo ello un personaje (el protagonista Daigo) que se está buscando a sí mismo, que está explorando una nueva forma de vivir y de encontrar su lugar en el mundo y que termina resultando muy próximo, muy cercano.

Realmente pocas cinematografías desarrollan en los tiempos que corren un cine de este tipo puesto que el cine de “sentimientos” está completamente arrinconado hoy en día (en los 80’s sí se hicieron más películas de este corte aprovechando el éxito de películas como “Gente corriente”, “La fuerza del cariño”, “Kramer contra Kramer” o “En el estanque dorado”). Este tipo de cine no vende hoy, no llena cines, es difícil de asimilar y refleja como nuestra formación audiovisual parece exigir un ritmo de imagen y sonido más frenético. Pero el cine al que representa “Despedidas” es también necesario y aporta también su propio peso específico.

Salvando las distancias “Despedidas” me ha recordado en cierto modo en argumento y tratamiento a esa maravilla que es “Camino a casa” del maestro chino Zhan Yimou (por cierto, ambas comparten el hecho de tener magníficas bandas sonoras, en aquel caso de bao San y en éste de Joe Hisaishi, colaborador habitual de Hayao Miyazaki). Quizás la sensibilidad y la forma de ser orientales están más preparadas para hacer y disfrutar de este tipo de películas, aunque también pueden encontrarse títulos similares en otros cines, incluido el estadounidense, como probó el año pasado la magnífica “The visitor”. Por supuesto, todas estas películas no sólo pasan desapercibidas, también cuesta tener la fe suficiente para empezar a verlas y darles una oportunidad.

Si la veis os recomiendo que aprecieis en ella el tono conmovedor y emotivo, la placidez con la que se desarrolla todo el argumento, la carga de profundidad de cada escena (a menudo todas ellas dotadas de dos tonos: uno cómico y otro más dramático) pero sobretodo como consigue tratar un tema trascendente y profundo sin caer en excesos y llegando incluso a aliviar la carga dramática que tiene el trasfondo.

A parte de todo lo dicho también me gustaría destacar como todas estas películas suelen tener algún momento mágico. En esta ocasión me lo ha parecido el relacionado con la mensapiedra: cuando no había escritura, para intercambiar información sobre su estado de ánimo, se solían intercambiar piedras. Las rugosas y grandes indicaban que el emisor tenía problemas y las pequeñas y lisas lo contrario. Si esta reseña tuviera forma de piedra y quisiera explicar cómo es esta película sin duda sería una pequeña piedra blanca lisa.